Lo peor de la crisis ya ha pasado. Se atisban brotes verdes, síntomas de mejoría, de recuperación. No les hablo de fútbol, sino de la grave crisis que atravesó España en el arranque de la segunda década del siglo XXI. Por entonces, el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo popular la frase de los "brotes verdes" que sólo él veía en nuestra maltrecha economía. El tiempo confirmó que cuando algo se pudre por dentro se acaba viendo algún síntoma de putrefacción también por fuera
El enfermizo optimismo ante la cruel evidencia puede deberse a dos razones. La primera, encontrarse en una situación tan crítica, sin aparente salida, que solo vale para superarla agarrarse a la ciega fe. La segunda, enmascarar la realidad en propaganda para que la gente no sufra con la dura verdad y mantener así en pie el imaginario castillo de la felicidad.
El Sevilla FC de hoy está como la economía de España de entonces, en una dinámica abocada a una profunda, y larga, crisis. No hizo nada por evitarlo el Gobierno de Zapatero y quedaron al descubierto sus mensajes ilusionistas: se paró la economía. En la misma inacción han caído los dirigentes del Sevilla viendo cómo hace meses se paró el motor de un equipo sin alma, dejándolo a la deriva hasta que caiga definitivamente en cuanto pierda la poquísima inercia que le queda. En Villarreal puede volcar el proyecto y, al caer, destaparse el engaño: los brotes verdes, en un campo achicharrado, necesitan tiempo para empezar a florecer.
Probablemente sea en este sentido, en el referente al tiempo, en el único en el que Lopetegui puede quitar la razón a Monchi. El director general deportivo sabía que necesitaba hacer una auténtica revolución para construir un nuevo equipo, seguramente a las órdenes de otro entrenador. Levantar y tirar toda la hierba quemada; remover la válida, y añadirle nueva y abonada; y darle el tiempo prudente para que la nueva siembra empezara a cuajar. Había tiempo desde que el Sevilla logró su tercera clasificación para la Champions de forma consecutiva, pero algo faltó: dinero o determinación, o ambas cosas.
No se actuó pese a todas las señales que apuntaban al desastre: jugadores devaluados, cantera olvidada, fútbol plano -horizontal y con poquísimas ocasiones de gol-, deficiente preparación física, plaga de lesionados, recaída de los recuperados... Y el Sevilla hoy está a donde lo ha llevado la falta de acierto del triunvirato que lo gobierna: Castro, Monchi y Del Nido Carrasco.
Del Nido Benavente no es la solución
La solución, ya lo he escrito en otras ocasiones, no pasa por un cambio en la cúpula para que se produzca la vuelta de quien no está legitimado para volver a mandar, José María Del Nido Benavente, pese a que éste siga comprando acciones (1.800 euros por acción están ofreciendo en nombre de la familia Del Nido a pequeños accionistas) para intentar lograr una mayoría en la próxima Junta General de Accionistas. Las soluciones preventivas no se tomaron y ahora toca improvisar en función de los resultados, que seguramente acabarán con Lopetegui destituido.
El mensaje ambicioso ya no tiene cabida. El aficionado es listo, ve los bueyes con los que se ara, y no lo compra. Mejor agarrarse al conservador ‘partido a partido’, confiar en que la moneda caiga en la faz elegida, que vender a los sevillistas la pelea directa ante el Borussia Dortmund por la segunda plaza del grupo que da derecho a pasar a los octavos de final de la Champions.
Mejor aceptar en una primera fase de la temporada de tardía transición, y potenciarla en el mercado invernal, que confiar en la multiplicación de unos brotes verdes sobre un terreno baldío. De hecho, ahora esos brotes se reducen al renacer de la cantera (con José Ángel Carmona y Kike Salas) y al resurgir de Isco. Mejor el pesimismo del bien informado, que el optimismo infundado.