Es tan grave el error que, sin ser el mayor problema del Sevilla FC, obliga a abrir esta opinión con el regalo de Del Cerro Grande. El colegiado madrileño ha tirado por tierra en la primera jornada de LaLiga el crédito de todo el colectivo arbitral. Se pasan en pleno verano por todos los vestuarios de los equipos pregonando que no van a pitar ‘penaltitos’ y, a las primeras de cambio, llega el primero.
También ha dejado en evidencia a su jefe, al jefe de los árbitros, Medina Cantalejo, que hace tan solo unos días ha recalcado que se va a restar importancia a los "contactos leves", a esos "penaltitos", porque “en el futbol hay y tiene que haber contacto".
Nadie en su sano juicio creía en los árbitros. Todos, al menos quien suscribe, teníamos el convencimiento de que ya llegarían esos penaltis. Y así ha sido. Del Cerro Grande ha querido tener su momento de gloria tirando por tierra tan formal declaración de intenciones y se lo ha regalado al Osasuna.
Una mano sacada al aire por Papu Gómez en un lance fortuito con Moncayola -le golpea en el pecho sin la más mínima intención de derribarle-; con el balón saliendo del área sevillista; en una acción que no suponía un ataque claro del rival… Del Cerro Grande lo convierte en un penalti decisivo que desnivela un partido igualado que pudo ganar cualquiera. Moi Gómez envió un balón a la madera defendida por Bono y Delaney le dio la réplica con otro en la meta defendida por Sergio Herrera. Finalmente marcó Aimar Oroz en el 74’ y poco hizo el Sevilla para dar un giro a su destino.
El ‘penaltito’ es el titular, inevitable. Pero detrás del grave error del colegiado hay otras muchas razones que explican la primera derrota de un Sevilla que sólo hincó la rodilla en cuatro partidos la pasada temporada. Y las miradas, a la hora de ajustar la crítica, no pueden ir dirigidas al banquillo, sino a la dirección deportiva.
La solución, depende de Monchi más que de Lopetegui
Monchi le ha dejado a Lopetegui un Sevilla por construir, un equipo que en Pamplona ha sido un flan en defensa desde el primer minuto de juego. Con Rekik y Gudelj como escuderos de Bono es imposible competir en la elite. Se pierde en Pamplona y te golean en Inglaterra, es de cajón. Si los argumentos que ha expuesto el Sevilla en El Sadar los trasladamos a un partido en Champions, en vez de dos goles Bono habría recogido de la red cinco o seis, como ante el Arsenal.
Chimy Ávila deja en evidencia a Gudelj en el primer gol de Osasuna. ¿Habría rematado con tantas facilidades con un central específico y de nivel marcándole el terreno? Seguramente, no. Con la sensación de inseguridad en defensa que ha transmitido el equipo es imposible lograr grandes objetivos. Ruborizan despejes de bajísima calidad de futbolistas de un Sevilla que, por momentos, se dedicaba a achicar balones ante la desesperación de Bono.
La movilidad y el oportunismo de Rafa Mir en el tanto del empate, golpe y reacción, invitaban al optimismo, pero no hay más cera que la que arde. Hubo acciones de mérito en ataque y, al menos, generaba ocasiones de gol, aunque apenas se vio al Sevilla de presión alta, intenso, ambicioso… con ganas de dar un golpe en la mesa en el arranque liguero.
La defensa, en el mayor de los casos, se planteó en campo propio, reduciendo espacios, pero dando muchísimas facilidades al rival en las inmediaciones del área propia cuando el equipo se aculaba. Le toca a Monchi fichar para mejorar a un Sevilla cogidito con pinzas.
El drama podría haber llegado de cualquier manera, en esta ocasión llegó en forma de uno de esos ‘penaltitos’ que los árbitros prometieron que no se iban a pitar.