Y ahora… ¿qué? Había sevillistas que querían una derrota para poner el punto y final a la etapa de Lopetegui en el Sevilla FC. Algunos, como Del Nido, para algo más. Volver al club para servirse del club, como ya hizo antes de ingresar en prisión, manchando el nombre de la entidad para intentar esquivar lo inevitable. Su etapa fue brillante, fue clave en el cambio de la historia del club, ayudó a que el Sevilla empezara a ganar títulos, pero quien ha estado en la cárcel no puede volver a comandar una entidad centenaria que debe predicar con el ejemplo de lo que hace, y de lo hecho.
Pero ganó Lopetegui. Ganó el Sevilla, obvio, que está muy por encima de Julen, de Monchi, de Pepe Castro y del hijo de Del Nido, por más que las acciones dicten hoy lo contrario. El Sevilla es mucho más -un sentimiento enorme y compartido- que una empresa sometida al juego de intereses de unos cuantos.
El entrenador, desde luego, vive al margen de toda la realidad del sevillismo, porque el once que puso en liza ante el Espanyol lo habrían firmado muy pocos de los que hacen un esfuerzo anual para pagar el abono del Sevilla FC temporada tras temporada. La lectura previa estaba cantada: está firmando su finiquito. Escrito de otra forma: Julen está pidiendo a gritos su destitución.
Tirar de la cantera en la que nunca, nunca, ha creído, era una especie de oda al fútbol verdadero al que lleva tres años dándole la espalda. Ha engrosado estadísticas con convocatorias de chavales que han viajado, han compartido espacio con el primer equipo, pero nunca se han sentido auténticos protagonistas de la historia. Es más, Julen debilitó a un filial que la pasada campaña descendió sin realmente poner en el escaparate a ningún futbolista de la carretera de Utrera, el lugar del que han salido campeones del mundo (Jesús Navas, Sergio Ramos y Carlos Marchena).
Sin embargo, en un ataque de… ¿desesperación? ¿valentía? ¿honradez?... puso a los que entendía que estaban en mejor estado. Y ahí tuvieron cabida Kike Salas, con el que no había contado ni un solo minuto, y José Ángel Carmona, un portento físico y técnico que recordó ante el Espanyol al Sergio Ramos de sus inicios en el Sevilla. El chaval juega bien donde lo pongan. En Almería lo dejaron solo llevando el peso del ataque del equipo, al más puro estilo Dani Alves, con el que no comparte similitud, pero al que mejora en una brutal estadística (tres asistencias dio Alves en su inicio, dos goles y una asistencia ha dado José Ángel Carmona ante el Espanyol).
José Ángel Carmona, un líder como Sergio Ramos
No es el primer día que destaca. Frente al Manchester City, pese al 0-4, sacó un balón bajo palos y acabó intentando centrar al área en el último lance del partido, vaciándose y dejándose el alma en el terreno de juego. Emocionó su actuación tanto como ha emocionado su sencillez y sinceridad en las declaraciones posteriores a su impresionante partido en Cornellá-El Prat. Va sobrado de todo. Con sólo 20 añitos, tiene la personalidad, y el fútbol en sus botas, de un auténtico líder, aunque en el Sevilla deberían destacar otros líderes con muchos años en sus espaldas y muchos millones en sus carteras.
Carmona, o José Ángel como marca su camiseta, es la esperanza que despierta ilusión en los sevillistas. Se mete con su calidad -en la asistencia a Lamela en el primero gol-, su entrega y su picardía -en los dos tantos que marca- en un rinconcito del corazón de los sevillistas. Reconocerle sus méritos es más fácil que aplaudir a dos profesionales ante los que también hay que quitarse el sombrero: Óliver Torres e Isco Alarcón.
El primero se ha enfundado el traje de profesional y ha pasado de ser descartado en verano, e injustamente apartado en la Lista A de la Champions, a defender la camiseta con una dignidad admirable. De sus botas, en una rápida apertura a la banda derecha que ocupaba José Ángel Carmona, nació el primer gol, con asistencia del canterano a Lamela. Y dio un recital de controles, pases, desmarques, ayudas… durante buena parte del partido.
Isco, por su parte, salió ovacionado del Sánchez-Pizjuán pese al 0-4 ante el Manchester City y ha vuelto a demostrar que no ha llegado a Sevilla a disfrutar de un retiro soñado. Más bien al contrario. Ha llegado a Nervión a devolver a Julen la confianza que ha depositado en él, a disfrutar del fútbol que lleva en sus botas y que le han negado en el Madrid, y a sudar la camiseta con valentía como el mejor de los profesionales.
Robó balones en momentos críticos, dio pausa al fútbol recordando al mejor Banega en momentos puntuales y aguantó físicamente un partido en el que muchos se desplomaron. Por cierto… ¿Qué le pasa a este Sevilla en lo físico? ¿Actuaron en una guerra sin preparación previa o en un partido de fútbol?
Ganó el Sevilla, en gran parte, gracias a los tres nombres propios citados. Dicho eso, el drama sobrevoló de nuevo por la cabeza de Lopetegui. Sumar tres puntos ante un Espanyol que no conocía la victoria en casa supuso un ejercicio de sufrimiento insoportable para disfrutar de una temporada tan exigente.
Jugar fuera, en Copenaghe en Champions y ante el Villarreal en la próxima jornada de liga, libera de presión a un Sevilla cogidito con pinzas. Sumó su primera victoria como pudo empatar en el 100’ el Espanyol. Mejoró el Sevilla, pero no hubo cambio radical en su juego. Un poco más vertical, menos posesión ridícula, tres goles… y mucha angustia, demasiada para superar a un triste Espanyol. De hecho, fue incapaz de sostener un 0-3 en el marcador. Una vida más para Lopetegui y la misma duda: ¿La mejoría de la muerte?