Sevilla FC: ¿Un añito en el infierno?

Joaquín Adorna hace 1 año 982
Imagen del anuncio de la campaña de abonados del Atlético de Madrid en el año 2000, cuando bajó a Segunda división. Foto: @Atleti

Con ese mensaje anunció el Atlético de Madrid su campaña de abonados para la temporada 2.000-01. Con un equipo plagado de figuras, descendió a Segunda división, hacia donde camina esta temporada un Sevilla con diez mundialistas. No fue un añito, fueron dos ‘ardiendo’ en la Categoría de Plata. O Monchi lo remedia fichando en invierno o puede repetirse la historia.

O Monchi se mueve desde ya y le da un vuelco a la plantilla en el mercado que se abre tras el Mundial, o difícilmente podrá sacar Jorge Sampaoli de la zona baja a un Sevilla FC que reúne todos los síntomas para dar con sus huesos en Segunda división. Hay una generación de sevillistas, la del siglo XXI, que ni imagina esa posibilidad, y es lógico. Sólo han vivido títulos y mucha gloria, muchísima gloria. Eso mismo, sin embargo, sentía la generación de sevillistas que, después de 22 años de forma consecutiva en Primera, vieron descender a su equipo en Oviedo en 1997, con muchas lágrimas derramadas, entre ellas las de Monchi.

Tras aquella dolorosa caída, le costó al Sevilla sacar la cabeza del pozo. Creían todos que pasaría ‘Un añito en el infierno’, recurriendo a aquel inolvidable y llamativo eslogan del Atlético de Madrid en su caída al abismo en el año 2000, pero fueron dos temporadas, las mismas que pasó ‘ardiendo’ el conjunto colchonero. En esa entrada al nuevo siglo también se apuntó al drama el Sevilla, que volvía a Segunda tras su fugaz regreso a Primera.

Se puede echar un vistazo en Besoccer a las plantillas del Sevilla y del Atlético de Madrid en aquellas temporadas, y comprobar que descendieron contando con muy buenos jugadores, pero muy malos equipos. El Sevilla de Unzué, Manolo Jiménez, Prieto, Martagón, Ramis, Marcos Martín de la Fuente, Rafa Paz, Robert Pronsinecki, Vassilis Tsartas, Matías Almeyda, Bebeto, José Marí o Salva Ballesta, hizo en la temporada 1996-97 lo mismo que un Atlético de Madrid con futbolistas de renombre en la campaña 1999-2000.

Aquel Sevilla bajó a Segunda tras la deriva institucional a la que le llevó el descenso administrativo a Segunda división B en 1995, con Del Nido en Eurodisney; la obligada salida del club del presidente Luis Cuervas; y la venta de acciones en el llamado ‘paquete maldito’, que dio la presidencia a dos nefastos gestores: Francisco Escobar, primero, y José María González de Caldas después. Con este último, fichando para servirse del club, perdió el Sevilla la categoría tras muchos años con Cuervas en los que la afición mostraba su descontento gritando ‘otro año igual’ en la temporada en la que el equipo no se clasificaba para Europa.

El contexto de hoy no es el de entonces. La inestabilidad institucional la genera el ansia de poder de José María del Nido Benavente, quien compra acciones a unos 2.000 euros el título y quien ya intentó el asalto al poder cuando el Sevilla levantaba la Europa League y se clasificaba para la Champions. Ahora vuelve a la carga y tiene un motivo real al que agarrarse: la grave crisis deportiva del equipo. Aun así, es muy probable que el ex presidente tenga que votar en la próxima Junta de Accionistas, que tendrá lugar el próximo 29 de diciembre, en el sentido del ‘pacto de gobierno o por la paz’, sin ejercer libremente su derecho al voto. No habría cambios en el órgano de gobierno.

El ruido en el entorno, sin embargo, no debe nublar el juicio de la realidad. Al frente del Sevilla hay un presidente, Pepe Castro, que ya ha demostrado que sabe cómo gestionar el club para llegar al éxito, y tiene al frente de la dirección deportiva a Monchi, el hombre clave en el modelo de negocio, de compra y venta de jugadores, que ha permitido el crecimiento de la entidad. Sobre ellos, y sobre el vicepresidente Del Nido Carrasco, recae la responsabilidad de dar un giro radical a la nefasta planificación en el mercado de invierno para evitar el descenso que se ve venir.

En el Sevilla se dan todos los síntomas para revivir una durísima tragedia. Después de 14 jornadas, después de un cambio de entrenador -Sampaoli por Lopetegui- sin el efecto esperado, ya no es “anecdótico” -como dijo Pepe Castro unas semanas antes- que el equipo ocupe puesto descenso. Exceptuando al Elche, el Sevilla es el conjunto que peor fútbol practica en la categoría. Hasta el Cádiz, otro claro aspirante al descenso, compite mejor y ha logrado ganar en su estadio, donde se amasan los objetivos de un club y donde no ha sido capaz de ganar el Sevilla en los siete partidos ligueros que ha disputado en el Sánchez-Pizjuán.

Salvo en la portería, y pese a contar por primera vez en su historia con diez mundialistas -serían once si Tecatito hubiera estado en condiciones físicas para acudir con México-, no hay futbolistas de garantías en ninguna de las otras líneas del campo. El plantel carece de físico, de desborde, de velocidad y de contundencia en ambas áreas. Así lo reflejan números muy sintomáticos. El Sevilla no domina las áreas, donde se marca la diferencia en el fútbol de élite. Es el de los que menos goles marca (tan sólo 13 tantos a favor) y de los que más encaja (22 goles en contra).

Necesita, al menos, cinco fichajes

El Sevilla necesita, al menos, cinco fichajes para ser titulares y capaces de ofrecer rendimiento inmediato. Un central, los que están no son nada fiables; un nuevo y joven Fernando, que dé equilibrio al equipo; dos extremos con velocidad y desborde: Ocampos, si es posible su vuelta, y otro más; y un delantero que garantice, al menos, una docena de goles.

El club parece haber tomado consciencia. El entrenador todavía no. De lo contrario, se habría ahorrado su lapidaria frase: “No hay ninguna posibilidad de que el Sevilla descienda”. ¿Qué no? Cuidado porque la historia tiene la mala costumbre de repetirse. El escudo, los títulos y la historia no te salvan de la quema. Si no hay dinero, tendrán que ‘fabricarlo’ con alguna imaginaria ‘palanca’ porque será más barato despedir o renegociar contratos ahora, que hacerlo con el equipo pasando ‘Un añito -o dos- en el infierno’.

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